sábado, 11 de diciembre de 2010

¡Qué suerte tengo!

Llegaba el lunes, día de trabajo; pensé: “¿es necesario ir?”. A lo que me respondí: “creo que sí, la nueva esta re buena”. Seguramente llevará una de esas polleras que había usado durante toda la semana.


Para cuando abandoné la cama, mamá ya estaba esperándome con el desayuno; vestía sus clásicos ruleros de colores, bata naranja y pantuflas. Un tesoro la vieja.

Luego salí de casa y, para mi sorpresa, estaba ella esperándome en la vereda con las manos apoyadas en la cintura. No podía creer que estuviera ahí. Veía cómo el vecino no podía limpiarse la baba, que, por cierto, no salía de su boca.

La miré y pensé: “¿le tiro la frase matadora?”. Y entonces se la dije:

—¡Hola!, ¿cómo estás?

A lo que ella, sonriendo, me dijo:

—Bien, ¿y vos?

Mordiéndome el labio inferior pensé: “¡La pucha! Tan encaradores como yo no debe haber”. La notaba nerviosa; ¡y claro!, si frente a ella tenia al tipo perfecto: 1,60 metros de estatura, pelito enrulado, zapatitos verdes, chupines amarillos (para estar a la moda), camisa rosadita (dicen que las mujeres mueren por ellas). Con ese caminar fachero que tengo, me acerqué tanto que casi se desmaya con mi mal aliento mientras le hablaba; quiso hacerse un poco hacia atrás pero la tomé de la cintura y le dije:

—¡Shhh!, don´t werry baby...

Le puse los labios muy cerca de los suyos, pero inevitablemente estaba nerviosa y se hizo a un lado. Quizá le tenia miedo al José, el vecino. Fue entonces que le dije:

—Mira bombón, chocolate Hamlet, mi barrita Fel-fort, bananita Dolca. El José es un pobre tipo, pero no le temas, no es “mi vecino el asesino”. Eso solo pasa en las películas.

Únicamente lo que no sucede en las películas son esas hermosas relaciones sexuales, a las que le llaman XXX o también: “triple equis”, y de las que mamá siempre me deja ver sólo el principio.
La notaba sobresaltada, aún no había dicho una palabra desde el sustito. Quizá le interesaba entrar a casa, pero estaba mamá. Ella, la nueva, me miraba con cara de pobrecita y, señalando un auto que estaba en la esquina, me dijo:

—¿Ves aquel auto?

A lo que respondí con un sobresalto:

—¡Claro! ¡Ni que fuera ciego!

Se le dibujó una sonrisa en la cara y me agarró de la corbata; sabia que le había gustado el Twiti que había en ella. Me arrastró hasta el vehiculo. Cuando estábamos llegando, le dije:

—¿Hacemos el amor ahí?

Me miró con cara de pocos amigos y gritó:

—¿No ves que te vengo a buscar para ir a trabajar?

No le dije nada, pero sabia que en el fondo me amaba. Quería que mis bigotes le hicieran cosquillas en sus senos y en sus más profundas cavidades. Me miró y se mordió el labio. Eso quería, solo esa señal esperaba, “una hora después de llegar a la oficina, me meto en la de ella y le hago el amor”, pensé. Diez minutos antes de aquello hice tiempo masticando uno de esos “Infinit”, caminando nervioso de un lado a otro. Considerando que ya era el momento de “actuar”, lo escupí y salí; en mi mente había un sólo objetivo. Ingresé a la oficina; la escena que vi parecía salida del más extraño de los mundos: mi jefe estaba acostado en el escritorio de "mi" novia, con ella encima.
Cuando se dio cuenta de que yo estaba ahí, se incorporó sobresaltado y me pidió por favor que no dijera nada, que su esposa no debía enterarse. Miré a la hermosa y noté que en torno a su boca había algo blancuzco; no sé qué seria. Entonces le dije:

—Te hago el “sex” y no cuento nada.

Accedieron enseguida.

Él se vistió y, cuando salió, fui hasta ella y la abracé tan fuerte que no la podía soltar. Con mi legua recogí el resto de la posible saliva que había alrededor de su boca. Acaricié sus pechos con mi bigote y, cuando decidió abrir mi chupín “marisho”, le dije:

—¡¡Epaaa!! ¡¿Qué hacés ahí?! ¡Eso es territorio ajeno! Te voy a hacer el amor como mamá me enseñó.

Le di aquel beso que tanto esperaba darle desde hacía días y salí corriendo y gritando:

—¡Hice el amor con la nueva! ¡Hice el amor con la nueva!

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